lunes, 26 de septiembre de 2011

I'm going to rape you ♥

La situación no abarca, ni interpreta ni mucho menos recuerda coincidencia alguna con intenciones pasadas. Pero tampoco niega esa posibilidad. En ningún caso.

Tres dedos de ceniza perecían posterior a un filtro de Marlboro corriente y caían sobre las limpias sábanas que siempre quedan sucias. El cenicero estaba demás. Los abundantes rayos solares, que se pronunciaban por entremedio de los cristales del baño, se reflejaban en sus enormes pechos, mordisqueados y más jugosos que nunca. Ambos se miraban fijamente. A él sólo le quedaban los calcetines puestos, a ella, los anillos de algún antiguo amor. Eran las 11:00 am. y ambos se miraban. Era una mirada suave, de ternura, con los ojos húmedos de alegría. Ella no quería ningún compromiso, él tampoco, pero el reflejo de sus pupilas y los latidos del corazón eran más fuertes que cualquier tipo de orgullo o mala experiencia olvidada en el pasado.. o quizás hace uno o dos meses atrás. Ella, con su pelo corto, un poco más arriba que los hombros, le ofrece una sonrisa como gratificación; como diciendo: Me hiciste vivir nuevamente, y quizás mejor que cualquier otra vez. Él, interpretó esa sonrisa como una necesidad de acercamiento. Y ahí en General Holley 2284, se dieron su enésimo beso, pero este fue especial, porque selló o más bien pactó algo intenso, algo que provenía del lado afectivo del cerebro. Él acercó su cabeza lentamente mientras los brazos mal apoyados en la cama tiritaban no de miedo, sino de los puros nervios, de saber que esto se repetía. Pero el paso seguro lo dio ella. Sus dorados cabellos se desparramaron hacia el lado derecho cuando ella giró la cabeza para recibir mis labios, osea los labios de él. Ambas lenguas jugaban a la guerra mientras la mano de la moza acariciaba la nuca de su pareja. Él se subió a ella y cruzó su mano por la cintura perfecta de la amante, que quizás desde esa mañana ya no sería tan solo su amante. Por los poros se deslizaban esas gotitas de pasión que seguían el camino de los rasguños que ella dejó en su espalda. A él no le importaba mucho, porque quizás esas heridas no fueron tan dolorosas como otras heridas del pasado.

Ella llegó a las 17:30 en punto ahí. Él se tardó diez minutos. Pero eso no bastó para que apenas se divisaran, se regalaran una sonrisa recíproca. Ninguno de los dos sabía cómo terminaría esto. La caballerosidad, muy característica de él, fue un punto a favor como cuando le abrió la puerta del Café literario Mosqueto, y también cuando le acomodó la silla. Ella se sonrojaba cuando él hacía estos gestos, aunque él estaba acostumbrado a eso. Ella lucía preciosa, con un abrigo de piel negro con una bufanda gris incorporada, unas medias con encaje y unos botines con taco. A pesar de eso, ella se veía más pequeña que él. Pero todo ese atuendo contrastaba con su hermoso pelo corto y rubio natural. Le daba un toque de afuerina y bastante femenino. Ella pidió un capuchino cortado, mientras que él, uno de vainilla con canela. Pese a que debería venir la típica conversación de: ¿Cómo estás? o ¿Por qué te demoraste?, él la sorprendió diciéndole: Te ves hermosa... pero ahora ella lo sorprendió respondiéndole: tú también guapetón. Y la complicidad se volvió adversa a cualquier propósito o destino que tuviese esa tarde. Ambos se preparaban mentalmente. Mientras tanto, él sacó un viejo libro del estante. Cómo olvidar a Gustavo Adolfo Becker si su padre tiene un libro de poemas con el cual conquistó a su madre. Él eligió una estrofa, abandonó su silla y se arrodilló al lado de ella, tomó aire y soltó con voz poética:

Pero en vano es luchar, que no hay cifra

capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,

si, teniendo en mis manos las tuyas,

pudiera, al oído, cantártelo a solas.

A ella se le humedecieron los ojos y antes de que el sentimiento y sus labios hablaran por ella, él le dio un beso en la mano y se sentó. Y así se pasó la tarde, entre eufemismos, reticencias y alusiones. El día nublado auspiciaba más ambiente a la innecesaria conversación. Luego de los cafés que él pagó, caminaron por ese tan bohemio Barrio Lastarria hasta el Parque Forestal. Algo en el estómago le decía a él que no debía transitar por ese parque, pero los pardos ojos de su acompañante no le dejaban escapatoria. Ninguna novedad. Continuamos hasta el Bustamante. Ya no eran necesarios los lentes de sol, porque estaba oscuro y gris, pero ella venía coloreando todo... era como un arco iris, sonriente y astuta. Ella le ofreció la mano y él se puso nervioso, pero aceptó guiarla. Cuando él le tomó la mano, ella muy rápidamente se colgó de su cuello y sus bocas quedaron tan cerca como sus ojos. Mirándose fijamente, ella comenzó a cerrar los párpados y él hizo lo que tenía que hacer. Fue un beso lento acompañado de caricias, ella en la nuca, él en la cintura... de esas que tanto le fascinan. Cuando sus labios se separaron y la saliva se había intercambiado, ella sonrió con esperanza, él sonrió con picardía y a la vez la tomó como los novios toman a las novias y le dijo: Yo contigo me caso. Ella se reía y se hacía la difícil, y pataleaba, hasta que ambos cayeron al pasto, en donde ambas lenguas se volvieron a encontrar. Y la humedad, y el viento mediterráneo templado, y la oscuridad no eran obstáculo para gestualizar un enorme cariño que nació de la nada. Ambos tenían contacto hace mucho, pero nunca se hablaban, hasta que ambos sufrieron por amor. Ahí se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Luego de que los abrazos pedían más él le sugirió algo atrevido: ¿Por qué no vamos a un lugar más cómodo?

Luego de varios Ballantines, ambos ebrios, se dejaron caer en una muy espaciosa cama. El sueño desaparecía y daba paso al fervor y a la fogosidad. Ella lo dio vuelta, se subió a su espalda y acercó sus labios a su oído. Muy sensual y cálidamente le susurró:



I'm going to rape you

Percepciones




















Everybody's gotta learn sometimes...

Animadversión etérea. Densa atmósfera, apacible pero cargada. Volátil. Desaciertos inoportunos, yerros, omisiones y descuidos. Fatal premonición. Brazos cruzados. La expresión no se extingue al manifestarse, mientras ocurra y escurra, el ademán se asentará en la actitud y la crítica.

Pero no, yo quise más, y no hay más. La entonación y los propósitos rotaron según la cantidad de veces que el segundero se tardaba en hacer el gesto recíproco y constante de un círculo perfecto.

Es el rayo que escala en cada vértebra hasta el centro de la radiación, en donde ocurre la sinapsis nerviosa, la que avisa que no. Cable a tierra. Ese misántropo, Maynard James Keenan, entona serenatas para la evocación de tu cálido regazo; de esos que hace treinta días alegraban mi engañada percepción. Era fehaciente como los deslices que ambos consumamos y perpetramos. Aquellos, en este momento, son nuestros trofeos de orgullo, de absurda vanidad y pedantería. Es el cauce que nunca más podremos cruzar, porque el otro lado no está al otro lado, sino a cincuenta kilómetros.

Tardes de lujuria con virtuales desconocidas, antros perdidos en una civilización escondida, planes y ocurrencias en las tardes santiaguinas de no-otoño. Quién diría que la clásica estrategia que me llevó a la gloria en el pasado, hoy caducó. Fueron tus enormes consternaciones, capas y abrigos cubiertas de malas oscilaciones. La razón de mi caída no fueron mis técnicas para encantar ni seducir, sino que durante esos catorce meses te llevaste el órgano vital que hace funcionar el sistema circulatorio, el apego y la autoestima. Hacia ellas he funcionado excelente, quizás soy más generoso. Pero el meollo del dilema radica en la lejanía de mis pensamientos, la vaga concentración en el acto, en la eterna fotografía del sillón cuadriculado del tercer piso, que más que objeto físico, fue testigo de la más desgarradora promesa incumplida.

El vaivén de ambas pelvis es lo más subjetivo que existe en este universo, la ecuanimidad reside en la actividad del córtex prefrontal izquierdo del cerebro, relacionado con las emociones positivas, y también depende de las correlaciones importantes entre los niveles de hormonas como la serotonina, la dopamina y la oxitocina. En palabras más acordes, es el roce de mis labios en tu cuello, el juego de cosquillas, la mirada de pureza, la risa sin sentido, la pena acompañada, la sola sensación de saber que estás detrás de mí, y que puedo confiar en ti.

De esta forma es que el agujero no puede taparse. Quedará eternamente el cráter que marcó tu indiferencia y tu gélido comportar.

Hojas secas en un callejón iluminado por el ocaso, un estrecho abierto, con faroles y bancas añejas de color verde. Tan esparcidos como nosotros están ahí, la gravilla y el tupido ambiente, ni cálido ni frío. Sólo inoportuno, como siempre. Me incomoda el anillo de matrimonio, lo reciclo sin perderlo en mi bolsillo, de esos pantalones de tela, rotos no de rebeldía, la causa es el paso del tiempo. Con cincuenta años o ahora, el sentimiento es el mismo. Hace un mes te perdí. Falleciste junto con las arrugas de mi piel. En las paredes del salón, en donde yo solía tocarte el piano, están los diplomas y los premios que hoy absuelven nuestro esfuerzo. En el suelo entablado, un viejo libro que se desprendió de nuestra biblioteca, debe tener setenta años ese empastado documento. Tiene un corazón en la portada ficticia, y en el epílogo advierte: El Regreso del Joven Príncipe.

Lo lograste. Te quedaste en mi mente para siempre.
No todo el que sonríe es feliz
No todo el que ríe se está divirtiendo
No todo el que contempla su reflejo ama su imagen
No todo el que calla está en calma
No todo el que está rodeado de gente se siente acompañado
No todo el que da consejos sabe como salvarse a sí mismo
No todo el que espera una señal es optimista
No todo el que camina quiere avanzar
No todo el que mira el frente quiere continuar

Esta vez... las nubes juegan en mi contra

Y está ahí... ese toque de otoño invernal, como el de la Avenida San Pablo.. como si fuese un estereotipo de un cementerio o un pueblo fantasma. El firmamento se adorna por una tímida capa de nubes, en las cuales puede verse a sicarios rayos de sol penetrando en ellas. A pesar del cuasidelito, todavía no llueve. Me inquieta un poco. Me pone nervioso el color arena de las hojas que dudan en caer de los árboles, porque saben que serán aplastadas por desconocidos que abarcan un rumbo fijo, constante. A veces indeterminado. Y las líneas que separan las calles parecen anguilas qué juegan con los tonos grises del cielo. Gris en la tierra, gris en las casas y gris el espacio. Qué más... a sí! el viento. El viento vuela y sigue, surge y desaparece. El viento lleva al éxtasis, a sentirse emperador de las sensaciones por un intervalo de tiempo ínfimo. Como también induce al frío. También a la pena. El viento es quien se encarga de recordarte las culpas que nunca tuviste. El viento abofetea los instantes deficientes, y te deja con el yerro y la angustia. Las micros van y vienen, los autos también. Con sus bocinas que interrumpen la "calma" y que objetan la "paz". Por las calles perpendiculares del poniente de Avenida Santa Isabel se ven diversos Wolskwagen escarabajos, pero ya no tengo a quien golpear. Ya intentar jugar con otra persona es poco hilarante, tedioso y hasta inoportuno. El Parque Forestal es la cuna y la procedencia misma de todas las aflicciones, consternaciones y desconsuelos de dos amantes. Los recuerdos yacen en la presencia del forraje verde chillón que se carcome debajo de las serpientes escamosas de piedritas chicas, que la gente le llama caminos. Árboles que morirán algún día con mil secretos guardados. Ellos saben lo que hicimos y también lo que pensábamos. Ellos invocan a las lágrimas cuando ven que la desdicha es evidente e incuestionable en un alma sensible.

Él va a clases de vez en cuando, y sólo porque no puede pensar todo el día. Pensar también cansa, por eso la universidad es una fuente de descanso mental. Tiene algunos detalles grotescos, bizarros y arrogantes, pero es un descanso mental. Temporal. Ocasional. Porque cuando Él sale de clases, sí de sus aburridas clases, con aburridos, raros y soberbios compañeros y con aburridos, raros, soberbios y estúpidos profesores, Él va a ese Parque Forestal, todos los días. Es su costumbre y las almas en pena lo apodaron de "El Loco del Forestal". Él se sienta en una banquita de madera verde, que parece que quisieran decir: No pongas tu trasero en mi verde dignidad. Él hace como que lee un libro. En estos tiempos todos son intelectuales y tienen grandes cerebros. Todos los que usan lentes son profesionales. Él sabe a lo que va, sabe que se está autocrucificando. Él mismo se clava en su propia cruz.

Y Él la ve pasar, todos los días. A veces va con otros, a veces pasa. A veces siento que mira, recurrentemente y detrás de esas falsas sonrisas también comparte esa tristeza del desequilibrio, pronunciado y reiterado, del quiebre de la dependencia y la reciprocidad.

De vez en cuando, Él cree que ella lo mira de reojo. Pero ella no sabe que Él está ahí.

Luego de que pasa por delante de sus ojos, que alguna vez estuvieron mirándose frente a frente en la más íntima habitación, los árboles invocan a las lágrimas, y el viento lo vuelve a abofetear. Y Él cree que ella está feliz, que por fin está conociendo el mundo, y que Él ya no es necesario para guiarla más.

Hace un poco más de un año, Él decidió cuidar a la que parecía su pequeña hija, y la llevaba de la mano por una ruta feliz, de flores y corazones. Él le mostraba lo que era bueno y lo que era malo, Él la defendía de quienes intentaban herirla, y la apoyaba en sus nuevos desafíos. Él siempre estuvo ahí cuando el fracaso golpeaba a su puerta, y Él le mencionaba, una y otra vez: Vamos, tú eres la mejor!!! Sucesivamente pasaban estas cosas y Ella iba aprendiendo. Ella era ágil y muy inteligente... no necesitaba que le enseñaran las cosas dos veces. Ella siempre recordaba. Pero todo se volvió repetitivo, y Él no quería que le pasara nada malo a su pequeña, pero Ella ya no era pequeña. Ella se liberó y Él quedó con el alma rota. A Ella se le acabó el amor y se alejó, así son las distracciones inoportunas de la vía a seguir. Él no se rindió y a pesar de estar deprimido por un tiempo.. Él la buscó. Ella le dio una nueva oportunidad, pero Ella ya había conocido a alguien más, a muchas personas más. Ahora Él era el indefenso y el temeroso a perderla y Ella seguía su camino, mirando de vez en cuando hacia atrás para ver si Él seguía ahí. Ella debió haberlo tomado de la mano tal cual como Él lo hacía cuando Ella era indefensa. A Ella le avergonzaba que sus conocidos y sus amigos la vieran con Él, pero no le importaba, y Él seguía atrás de ella. Hasta que Él se dio cuenta que Ella no le retribuía nada de lo que Él le demostraba. Él se cansó en ese momento, Ella se cansó hace mucho. Él todavía la ama, Ella no sé. ¿Se pueden imaginar la sensación que tienen los padres cuando los hijos se van de la casa y son independientes, y ellos, que los cuidaron durante largo tiempo, se quedan solos y no saben qué hacer? Así se siente Él ahora. Pero Ella tiene que vivir y ser independiente. Cuando Él se haya ido muy lejos y no esté más, Ella querrá volver a sentir sus abrazos... pero Él ya habrá desaparecido.

Y no llovió. Esta vez las nubes jugaron en contra de todo propósito concreto y determinante. Si llueve o está soleado, el proceso está completo. Pero si el día está nublado como hoy, queriendo llover, el proceso queda abierto, y el ambiente es meláncolico, y por eso las nubes juegan en contra. No queda otra que esperar un poco, esperar a que ella se aleje hacia el oeste o el poniente... como sea, mientras más lejos esté, es más seguro retornar a casa, a esa pieza oscura que nadie conoce. Los semáforos siempre están en verde, y la gente corre como comadrejas escudriñándose entre ellas, acá el más popular gana. Pero no importa, a veces ser un perdedor te convierte en el ganador de los arrogantes que no quieren reconocer su derrota, pero eres un ganador sin duda.

A esta hora del ocaso, las nubes acribillan al sol que muere hasta mañana, o quizás hasta el próximo verano. A esta hora del ocaso Él regresa a su oscuro cuarto, a barrer los trozos de vidrio que aún quedan en el suelo, de una cajita en donde alguna vez vivió una linda muñeca de porcelana...